6/7/09

"Silencio: se debate"

La paráfrasis del título de este post busca enlazar con una discusión abierta bruscamente hace ya algún tiempo por José Luís Brea en Salonkritik, seguida de diversas réplicas y contrarréplicas más matizadas que trataban de arañar lo que describían como el “mapa del silencio de la Institución Arte en España”. Aunque aquí lo haga de manera tosca y principalmente a modo de incitación, creo que no sólo sería oportuno recuperar y tirar del hilo de algunas cuestiones allí abiertas, sino también forzar el “contagio” de cierta tensión generada para trasladarla a la inmediata actualidad barcelonesa.


La actualidad a la que me refiero es la del debate sobre el futuro Centre d’Art que se ubicará en el antiguo canódromo de Sant Andreu. Un debate que muchos hemos venido reclamando no sólo por lo que pueda afectar a la conceptualización de un nuevo centro todavía por definir, sino -y esto a mi me resulta más interesante- por lo que supone de oportunidad para abordar una necesaria reflexión colectiva sobre muchas cuestiones largamente pendientes del contexto artístico y cultural, y que en absoluto quedan circunscritas a este futuro espacio. Los días 6 y 7 de julio, el recién estrenado CoNCA organiza un encuentro en el auditorio del MACBA para debatir acerca del nuevo centro. Pero la conflictiva historia de donde viene el asunto (el manotazo del Conseller Tresserras al Santa Mònica y la movilización posterior de diferentes plataformas y asociaciones del sector) debería obligar a que, independientemente a lo que den de sí esas jornadas, multipliquemos y pongamos en tensión los tiempos, espacios, temas y formatos de ese debate colectivo.


Sobre códigos y fórmulas


Entre las cuestiones surgidas en aquella discusión, creo que hay por lo menos dos que convendría recuperar bajo este nuevo telón de fondo (y con ello advierto que dejo de lado la “espoleta” que dio lugar a la refriega, que venía de una fuerte crítica a la nueva línea programática del MNCARS y a su director Borja-Villel, y que puede leerse visitando su web). La primera de ellas es la del debate planteado alrededor del “código de buenas prácticas”. Respecto a esto, tan sólo un rápido apunte: básicamente sumarme a lo expresado por José Luís Brea y también por Pep Agut, en cuanto a que tan sólo debería entenderse como un documento de mínimos, que requiere un desarrollo, y que surge en un contexto en el que, como sabemos, lamentablemente estos mínimos no pueden nunca darse por supuestos. De manera especial me parece interesante subrayar lo que planteaban acerca de la necesidad de que el director elegido por concurso para una institución de carácter público haga precisamente “público” el programa por el cual ha sido elegido, algo que debería contribuir a recordar que su “contrato” no es con los cargos políticos de las administraciones que financian el centro sino con la ciudadanía a quien se deben todos ellos. Y para introducir en este sentido un elemento a la reflexión, añadiría que si se encontrara para el ámbito artístico alguna fórmula inspirada en los concursos de arquitectura a dos vueltas (que son los que defienden los colegios de arquitectos para sus concursos), esa apertura pública podría darse incluso antes de la elección final, lo cual quizá tendría algunos inconvenientes pero sin duda favorecería que se ampliase el debate y la participación en él tanto dentro como fuera del sector artístico.


Institución y hegemonía


La segunda cuestión que quiero rescatar es la que veo más interesante y la que, creo, articulaba estructuralmente el eje del debate: el conflicto entre “institución” y “hegemonía”. Si bien Brea admitía que de haber algún “núcleo” en su reflexión éste era su toma de partido y su confianza en el procedimiento democrático como legitimador del campo de lo político, entiendo que en la discusión esta idea de fondo encontraba su expresión concreta en el conflicto de lo institucional (aplicado al arte y sus lugares) frente a una doble interpretación: su potencial naturaleza de espacio público para la expresión democrática y crítica, y, al mismo tiempo, su ser instrumento efectivo de poder y hegemonía. Y ésta es una reflexión que considero especialmente oportuno trasladar ahora ante el debate sobre un nuevo centro de arte -es decir, una nueva institución.


No me gustaría simplificar los argumentos, y por ello remito de nuevo a la lectura de los textos, pero en líneas generales la posición expresada por Brea planteaba una marcada desconfianza respecto a las posibilidades reales de la institución de operar como espacio contrahegemónico, y su crítica al mencionado programa lo acusaba de “fingir” una posición de resistencia mientras de facto está al lado del poder, cosmetizando y desactivando con ello las prácticas críticas que incluye cuando sólo desde el exterior tendrían éstas alguna posibilidad de ser su antagonismo. Me pregunto si no deberíamos ensayar otras herramientas teóricas para no quedarnos atascados en esa crítica, sostenida sobre algo así como un pecado original. ¿No están ambos aspectos –la potencial naturaleza democrática de la institución artística (su ser espacio público por excelencia, tal como apuntaba Pep Agut) y su función normalizadora y hegemónica- siempre ahí, y es en el modo de negociar esa tensión donde se asientan, cuando menos en parte, los cimientos tanto para los logros como para los fiascos de una determinada propuesta programática? Y aquí tal vez podría detallar algo más mi principal punto de desacuerdo con Brea. Puedo entender que el objetivo inicial de su crítica estuviese dirigido a una dirección y las líneas maestras de su programa, y que no entrase en los proyectos concretos que lo articulaban porque su intención fuese “apuntar más alto”. Pero en el posterior desarrollo de sus argumentos sigue pasando por alto ese análisis, lo cual en buena medida parece deshabilitar la responsabilidad de los proyectos y de los propios artistas. Precisamente diría que cuestionarlos por su simple adscripción a la institución supone interpretarlos como menores de edad o como si sólo cumplieran órdenes de un rango superior, y los neutraliza tanto o más que su comprometido abrazo institucional -del mismo modo que el simple hecho de no estar vinculados a la institución tampoco los haría necesariamente “mejores”. Por lo demás, vale la pena recordar que buena parte de los argumentos de fondo de la crítica de Brea ya venían “respondidos” en la editorial El museo y la crítica del periódico Ag del MACBA en el verano del 2007, lo cual refleja que las posiciones se encuentran notablemente enrocadas.


Quisiera hacer también un rápido apunte sobre la posición expresada por el equipo de Brumaria. Veo potentes algunos de sus análisis, pero tengo bastantes más dudas sobre el modo de establecer su “autonomía” en el hecho de tener una presencia “con medio pie dentro de la institución y pie y medio fuera” que supuestamente “garantiza por sí mismo nuestra independencia y nuestra marginalidad a partes iguales”. Precisamente sobre esta cuestión del dentro/fuera, e incluso haciendo referencia a la imagen del “pie en cada lado”, he hablado en algún otro texto, sugiriendo que se sostiene en un discurso poco consistente. La realidad, creo, es que nadie está con un pie (ni pie y medio) en cada lado, sino que, en todo caso, como sucede con la mayoría de nosotros, a ratos estamos con los dos dentro y a ratos –los más- con los dos fuera. Es cosa de cada uno negociar con sus propios intereses y decidir cómo, cuándo, porqué y con qué participa en cada uno de esos dos ámbitos, y eso suponiendo que la línea que distingue la “institución” de su “exterior” fuese tan clara.


En cualquier caso, el conflicto entre institución y hegemonía difícilmente puede obviarse en un debate sobre los focos de visibilidad del arte actual que acepte su dimensión política. Y no está de más señalar que el nuevo centro de arte que ocupará el antiguo canódromo de Sant Andreu será, siguiendo una larga tradición, un equipamiento artístico en un edificio enteramente recubierto de muros de cristal. Veremos hasta dónde alcanza la transparencia que sugiere su fachada; qué se atreve a interrogase y dejar ver de sí mismo y cómo pone en juego su propia naturaleza institucional.


Sobre la “Institución Arte”: Barcelona y sus hegemonías discursivas


Y aquí me gustaría desplazar la cuestión hacia otro terreno, más específicamente local, aunque quizá sólo en parte. La pregunta básica sería: ¿podemos hablar, en Barcelona, de alguna hegemonía de lo artístico, o de la “Institución Arte”? Pues bien, a mi me parece que no. O al menos no con la misma propiedad que se haría en otras capitales europeas. Si hay alguna hegemonía real en el contexto barcelonés, ésta no está tanto en la institucionalidad vinculada al arte sino en una más difusa de Cultura. Una que en parte se conecta con prácticas artísticas, pero que también –y diría que de manera casi estructural- se alimenta del recelo o incluso la animadversión frente a lo que, a falta de otros términos mejores, solemos llamar “sector artístico”. Y sé que por ahí se abre un terreno ciertamente resbaladizo.


Trataré de matizar, empezando por señalar tres factores que creo que intervienen de manera “natural” en esta cuestión. En primer lugar, si hay un modelo de centro institucional que ha cuajado a nivel ciudadano éste no creo que sea el MACBA, que siempre ha tendido a ser visto como una isla (con playa para skaters), ni el de otros centros de arte presentes o pasados, sino un centro de cultura: el CCCB. Y si esto es así, hay que reconocer que en buena parte es por los aciertos de este último (aunque no todo sean aciertos, pues también ha impulsado una dudosa “exposicionitis” cultural que se ha contagiado a numerosos centros, como la Virreina durante años, el FAD, y muchos otros dispuestos a hacer exposiciones de cualquier cosa, tema, o trayectoria profesional). En segundo lugar, el alcance de las instituciones artísticas locales ha dado para poco más que para alimentar pequeños cotos locales, y su poder de influencia en el panorama internacional, para la proyección de artistas y sus propuestas, es realmente escaso. Y por último, también es cierto que de entre lo más interesante que ha sucedido en los últimos años en el campo artístico, mucho procede de prácticas que encuentran cierta dificultad en ser consideradas estrictamente artísticas.


Pero este proceso no se ha dado sólo en lo que tiene de un espontáneo desplazamiento de intereses por parte de los artistas y productores culturales. Ahora, con el CoNCA recién instituido después de un dilatado proceso, tiene su miga tirar de las hemerotecas y recuperar un artículo del 23 de enero del 2004 en el que Josep Ramoneda (director del CCCB desde hace más de 15 años) cuestionaba la necesidad de un Consell de les Arts y la necesidad de que la cultura estuviese gestionada por sus profesionales, acusando a los artistas de “querencia aristocrática” (por quererse hacer oír en las cuestiones que les afectan) cuando “la cultura y la creatividad está en todas partes”, y transmitiendo por parte de lo que podríamos llamar “Institución Cultura” una fuerte desconfianza hacia el arte contemporáneo -una desconfianza que a muchos nos parece que ha acabado por transmitirse también a gran parte de la sociedad; aunque sin duda son muchos los motivos, y también es imprescindible una autocrítica del propio sector. Y desde luego, tampoco está de más recordar que todo el asunto del nuevo centro de arte del Canòdrom surge de un impetuoso gesto del Conseller Tresserras que, considerando irrelevante un centro de arte situado en Las Ramblas, lo ha transformado en un centro de cultura. En este marco, ya sea provocado por la incomodidad con una noción demasiado estrecha del arte, o por el brillo encantador de las economías de las nuevas industrias del conocimiento y del entertainment, tal vez quepa preguntarse si no es dicho desplazamiento hacia esta idea más difusa de cultura también un movimiento altamente hegemónico y sospechosamente bien acogido por la gubernamentalidad actual, sobre el cual quizá estemos ejerciendo poca atención crítica.


En uno de los numerosos momentos de inspiración de su novela inacabada, Robert Musil escribió: “Las palabras saltan como los monos de un árbol a otro”. Y es bien cierto. Pero a veces olvidamos de que somos nosotros quienes las empujamos a saltar, o dejamos que lo hagan. Debatir cómo queremos usar la noción de arte, y en un plano más concreto, por ejemplo, plantear qué debería distinguir un centro de arte de un centro de cultura, no creo que suponga, como podría pensarse, un desperdicio de energías encaminado a reforzar el habitual circuito cerrado del arte. Más bien, puede que sea justo lo contrario. Tal vez sea la mejor manera de tratar de conceptualizar un centro de arte que no se constituya como tal por su simple transmisión del movimiento en cadena generado por el circuito de ferias, bienales y otros centros de arte. Es decir, un modo de evitar que se defina por la pura adscripción y reducción a lo que suele llamarse “el sistema” de la Institución Arte.


Y es que la incorporación de prácticas culturales diversas en las actividades de un museo de arte contemporáneo tiene clara su lógica: en tanto que como museo tiene su colección, que por definición “es arte”, y es más que razonable contextualizarla con los procesos culturales que se dan a su alrededor. Pero un centro de arte, sin colección, ¿en torno a qué articula su apertura cultural? ¿Por un simple me gusta esto o me parece interesante aquello? Diría –y lo digo a modo de hipótesis abierta a la discusión- que sólo puede llevar a cabo con seriedad esa apertura a lo cultural, lo “creativo” o incluso lo político desde un fuerte posicionamiento sobre la noción de arte que propone.


Probablemente lo que esto vendría a reclamar es un debate “de estética”, que por lo menos acompañe otras cuestiones más instrumentales o de funcionamiento -y aquí, para acotar en lo posible la incómoda polisemia que suele acompañar la noción de estética, tomaría como aproximación básica algo parecido a lo que propone Rancière, en tanto que una distribución de tiempos y espacios que habitamos como seres políticos y productivos, desde la cual se reflexiona –y añadiría: se toma partido fáctico- sobre el lugar que ocupan las prácticas artísticas en esa distribución (y en su potencial transformación). Una interpretación que, evidentemente, incluye la reflexión y toma de partido sobre la propia noción de arte, su definición y sus usos, así como sobre sus recursos y sus espacios, ya sean éstos físicos o simbólicos.


Creo que precisamente por la precariedad estructural de nuestro sector artístico, que no perdemos oportunidad en recordar, esta reflexión podría encontrarse también con un escenario más ligero y fácil de interrogar y revisar, justamente por estar menos sometido a las poderosas inercias estructurales y económicas que tal vez marquen otros contextos de manera más determinante. Y para ello no creo que haga falta tanto apelar a grandes teorías históricas, como invitar a posicionarse a todos los implicados en el desarrollo de la escena artística, ya sean artistas, críticos, comisarios, o cualquiera los múltiples agentes que intervienen en nuestro espacio de trabajo.


Silencio: se debate


Como decía al inicio, la intención de este post es tratar de recoger y extender no sólo algunos temas, sino también parte de la fricción de una discusión que tuvo lugar hace ya algunas semanas y que algunos realmente agradecemos: nada interesante surge sin choque. Pero volvamos a la actualidad local más inmediata. Si no logramos que ésta se aparte del anémico transcurrir al que nos hemos acostumbrado, algunas cosas del debate que ahora parece abrirse podrían ser en principio previsibles. Cuando acabe, muchos se sentirán satisfechos y pensarán que se ha hablado un poco de todo. La voluntad de consenso no faltará. El nuevo centro de arte deberá tener un carácter abierto y atender a prácticas culturales que se dan fuera de la “institución arte”, pero sin olvidar que también ocupa un lugar clave para dar consistencia y proyección internacional al precario tejido profesional de artistas, galerías, etc. que luchan por sobrevivir. Deberá establecer un vínculo vecinal con el barrio de Sant Andreu donde aterriza así como con sus espacios culturales (el centre cívic Sant Andreu, Fabra i Coats, etc), pero también con los espacios independientes repartidos por toda la ciudad que igualmente luchan por sobrevivir, y eso sin dejar de lado que no puede ser sólo un centro de la ciudad, también representa al “territori”. Deberá concebirse como un centro de producción y conectarse con los que ya existen, sin desatender que una parte importante de sus energías deberán dedicarse a su comunicación con la ciudadanía. Ser plural y asumir con voz independiente su titularidad pública; tal vez surgirá en tono crítico alguna cuestión sobre si el nuevo centro responde una vez más al “modelo Barcelona”, a lo que los responsables institucionales replicarán en tono positivo que sí se trata de su modelo de Barcelona que apuesta por la cultura e incluso favorece esa crítica. También se habrá lanzado la pregunta –probablemente retórica- de si lo que necesita ahora la ciudad es un nuevo centro de arte, cuya respuesta inevitable será recordar el lamentable conflicto del Santa Mònica del cual surge y la cantidad de espacios de arte contemporáneo que aquí han desaparecido en los últimos años. Se habrá hablado de presupuestos escasos y de códigos de conducta deseables. Habremos oído unos cuantos directores de centros internacionales hablando de sus éxitos, advirtiendo que son experiencias en contextos específicos que no se pueden trasladar... Sí, todo eso. Pero si dejamos que el debate quede en eso, tendremos poco más que un muestrario de posicionamientos básicamente tácticos, un murmullo no muy distinto al silencio. Y seguiremos a la espera de un debate.


O.C. / 05-07-09

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