14/5/09

Cultura y "economía política"

Del 20 al 22 de mayo se celebra en Barcelona el 1er Congrés Internacional d’Economia i Cultura. Según anuncia su programa, el evento tiene como objetivo dar a ver los estrechos vínculos existentes entre la economía y la cultura, y “convencer a la sociedad de que la cultura es un sector estratégico de futuro”. Y antes de cualquier valoración, hay que señalar que podría ser toda una oportunidad, y un acierto, que un organismo como la Cambra de Comerç detecte la necesidad de atender a la cultura, y a lo que ésta puede aportar, para repensar nuestro presente y hablar de futuro. Y que lo haga leyéndola también en clave económica, en un momento en el que, tal como apuntaba recientemente Slavoj Zizek, la economía ha mostrado lo poco que tiene de “ciencia”, y que la puerta de salida de la crisis –y sus graves consecuencias en muchas realidades cotidianas- no parece que vaya a encontrarse simplemente con unas cuantas inyecciones millonarias en el sistema financiero.

Sin embargo, y a la espera de ver lo que finalmente da de sí el congreso, hay diversos aspectos de lo que aparece en su página web y en las entrevistas que ha ido concediendo a distintos medios Pere Vicens, presidente del comité organizador, que justifican por sí mismos un análisis.

En primer lugar, sorprende un poco el listado de ponentes invitados. Lo que aparentemente debería ser la mitad del binomio que articula el congreso, la cultura, sólo aparece representada de manera bastante testimonial por aquellos que la hacen. El grueso de ponentes se reparte casi a partes iguales entre el stablishment político y el empresarial (la mayoría de estos al frente de grandes firmas de la llamada industria cultural, pero otros ni eso). Para hablar de economía y cultura, los empresarios de la Cambra de Comerç no han buscado rodearse de artistas y creadores culturales sino de políticos, que vienen en representación del primero al último de los departamentos culturales y no culturales de los poderes locales, nacionales, estatales –Su Majestad incluido- y de la UE (y no deja de resultar un tanto extraño un congreso de cultura sobrevolado por helicópteros y con medidas de seguridad de primer grado). No parece que los de la Cambra estén tan dispuestos a escuchar como a “decir”, aunque sea bajo el murmullo de hélices. La cuestión entonces es: ¿qué es lo que quieren decir a los políticos y a la sociedad? ¿Cuál es el mensaje que se busca transmitir?

Por lo menos un par de aspectos son ya visibles y se han enunciado de manera bastante transparente. Un primer hilo de lo que se quiere comunicar en el congreso se insinúa en diversos puntos del programa y ha quedado explícito en las entrevistas que ha concedido Pere Vicens: intervenir en la batalla por la legislación acerca de la “protección” de la propiedad intelectual y en contra de la “piratería”. Una batalla especialmente candente durante estas semanas en los parlamentos de la UE o de Francia, y aquí con el nombramiento de la nueva ministra de cultura (también ella presente en el Comité de Honor del congreso). Y un segundo hilo queda igualmente claro en el programa: impulsar un nuevo marco para la financiación de la cultura, defendiendo una “transformación del modelo de subvención en modelo de financiación sostenible”. Es decir, y tal como lo ha expresado Vicens, pedir que “los Estados dejen de hacer de mecenas como antes hacían los reyes” y que se dé “más libertad a las empresas para decidir dónde se destinan sus impuestos”.

Ante esto, una consideración previa: es muy legítimo que los empresarios, de las industrias culturales o de lo que sea, expresen sus opiniones y defiendan sus intereses. Lo que ya no está tan claro es que lo hagan, en un Congreso, transmitiendo la idea de que la economía y la cultura sólo tienen su punto de encuentro en las industrias culturales, y que se parta de la premisa de que los intereses de las grandes empresas de la industria cultural coinciden de manera natural con los de la cultura y quienes la producen. Cada artista, colectivo o empresa que trabaja en la cultura posee y expresa una economía. Incluso puede que la forma de esa economía sea parte de lo que aporta como innovación y como producción de sentido. Sus intereses y valores pueden coincidir o no con los de las grandes empresas de la industria cultural. No es preciso aquí remontarnos al origen de la noción de “industria cultural” y la carga de malestar y de crítica con la que surgió en la Escuela de Frankfurt. Podemos aceptar que la industria cultural es hoy una parte, cultural y económicamente significativa, de la cultura. Pero las líneas discursivas del congreso que he señalado –y tal vez finalmente no sea así, pero por lo dicho por el presidente de su comité organizador son las líneas maestras que mueven el evento- no hacen sino dar una respuesta bastante simplificada y parcial a un escenario muy complejo y que cuenta entre los creadores con posiciones muy diversas. A nivel programático ambos hilos no son mucho más que la aplicación en la cultura del abc del liberalismo más clásico: mayor protección de la propiedad privada, menor intervención de los poderes públicos, y defensa a ultranza del mercado como mecanismo de selección natural. Algo que ya quedó dicho en el siglo XVIII…y para esto quizá no hacía falta un Congreso Internacional en el siglo XXI.

Pero si de por sí sería cuestionable una naturalización del binomio economía y cultura en su simple identificación con la industria cultural y el programario liberal o neoliberal, el asunto tiene más gravedad en el momento preciso en el que nos encontramos. Lo que trataría de ocultar esa naturalización es que toda economía es “economía política”. Que la economía, de la cultura o de cualquier otro ámbito, no es jamás neutra. Ni en sus planteamientos ni en sus consecuencias. Algo que la actual crisis no ha hecho más que recordarnos, y que el interés de los empresarios que organizan el congreso por rodearse de tan nutrido repertorio de representantes políticos pone si cabe aún más en evidencia.

O.C.

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